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martes, 9 de agosto de 2011

LEE Aquí: El DESAFÍO

Aquí se puede leer sin problemas mi relato EL DESAFÍO, ganador del concurso de relatos cortos convocado por el ACPA de la escuela Mare de Déu dels Ángels de Barcelona.

Lo incluyo en este post porqué me decís que desde el enlace en que lo tenía ubicado no se podía leer bien. El relato debía girar entorno a los valores humanos y de superación personal. La historia es un tanto dura pero real, tanto que algunos miembros del jurado manifestaron en público que lloraron al leerlo.

Fue premiado el pasado día 29 de Abril con un E-book, un libro de M Carme Roca, un maletín, y una placa de la Consellería de Cultura del barri de Sant Andreu. El jurado era el siguiente :

La Sra M Rosa Monferrer.
Los profesores de literatura Joan Serra y Assumpta Planellas
La escritora M. Carme Roca.
El escritor e historiador Joan Pallarés.


Título: EL DESAFÍO. Autor: Al Segar. Categoría: C (padres de alumnos)

El súbito sobresalto de cada noche vuelve a despertarme. Consciente de que no seré capaz de volver a conciliar el sueño, me incorporo dispuesto a levantarme. Bostezo, me froto los ojos y en la oscuridad, busco mis muletas. Siempre las apoyo en la mesita de noche. Miro fugazmente el despertador digital que hace ya un año que no desempeña su función. Las tres y veinte; “hoy he dormido algo más que ayer”, pienso. Ayudándome de ambas muletas me pongo en pie. Salgo del dormitorio por la puerta corredera que da acceso a la estrecha terraza que enlaza con el salón. No hace frío y decido dedicar unos minutos a observar la porción de Barcelona que tengo el privilegio de ver. La iluminación nocturna se me antoja como las joyas que luce una mujer para realzar su belleza; “como lo hacía mi esposa antes del…”, reprimo un gemido. Desde mi quinto piso alcanzo a ver el Tibidabo, la Sagrada Familia, y justo enfrente, el gran parque de Sant Martí, con su lago, sus tres masías y la Iglesia del mismo nombre. Todavía me cuesta mirar a mi derecha; la visión del fragmento del Puente del Trabajo que puedo ver, rebasa el límite que mi pena permite tolerar. Dentro de unas horas comenzarán a transitarlo un buen número de niños uniformados en dirección a la escuela Mare de Déu dels Angels; la misma a la que mi hijo Pol acudía cada mañana. “Ojalá pudiese seguir haciéndolo”. En ocasiones me obligo a contemplar ese peregrinar. Como si se tratase de una condena autoimpuesta, me exijo cumplir ese castigo como penitencia a mi atormentada soledad. Sí, me siento solo y vulnerable ante el mundo a causa de mis limitaciones físicas, secuelas de mi anterior vida sobrada de arrogancia y soberbia. Mi orgullo pereció en aquel tremendo accidente de coche junto a mi mujer e hijo, siempre críticos con mi costumbre de liberar adrenalina pisando el acelerador. A partir de aquél día fui perdiéndolo todo; desde el empleo hasta los amigos, y solo he ganado dolor, aislamiento e insomnio. Sumido en mi tortuosa culpa me mortifico hasta el amanecer; “todos son diferentes”. El encanto del nuevo albor espolea mi aturdida mente. Por algún motivo que desconozco y que Luis, mi psicólogo de la terapia de grupo sabrá explicarme, decido hacer hoy algo distinto. Resuelvo plantearme un reto: hacer caso al consejo de Luis y alejarme un poco más de casa en mi habitual paseo diario, limitado por temor, a las dos manzanas adyacentes a mi domicilio. Equipado de mis inevitables muletas me lanzo a la aventura. Son cerca de las nueve y los niños ya suben el puente. Inesperadamente, un sonido reclama mi atención. Justo a mi lado un autobús efectúa su parada. Sus puertas abiertas me invitan a subir. “¿Por qué no?”. Vacilo, pero decido afrontar el tentador riesgo. Entro y saludo al conductor, él me corresponde. Me apoyo en una barra y busco en mi cartera la tarjeta rosa todavía por estrenar. Avanzo inseguro. Algunos me ceden su asiento que rechazo agradecido. He localizado un asiento libre en la última fila que me he fijado como objetivo. Mi imprudente vida pasada reducida a conseguir el valor suficiente para alcanzar un asiento. Satisfecho, consigo mi objetivo. A través de la ventana descubro el encanto de Barcelona. Algún conductor me recuerda mi perniciosa conducta al volante. “Solo deseo que no te veas como yo”. He reflexionado mucho sobre aquella vida que no me tomaba en serio, considerándola instaurada de forma indestructible. Indudablemente, una fatal decisión puede desgarrar la más sólida existencia, sin posibilidad de vuelta atrás. Absorto en mi travesía por Barcelona reconozco la plaza Catalunya. Me parece un buen destino y pido parada. El conductor me inclina el bus para facilitarme la bajada y se lo agradezco con una sonrisa, la primera en un año. Una vez abajo cierra las puertas y continúa su marcha, momento en el que caigo en la cuenta de que desconozco la ubicación de la parada de regreso. “Qué más da. Ya la buscaré”.

FOTOGRAFÍAS DE LA ENTREGA DE PREMIOS













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